“Y los zapatos de Manacho son de cartón, son de cartón”. Era el ritmo del Gran Combo de Puerto Rico, en el estadio José Bernardo Pérez de Valencia, como presagio de un ritual común en la década de los 90 y comienzos del nuevo milenio. Oscar Henríquez, con sus casi dos metros de estatura y figura corpulenta, se aproximaba al montículo con la misión de preservar la ventaja del Magallanes en el último inning. Algunos animaban, otros rezaban en silencio.

Lo que muchos desconocen es que el otrora líder en juegos salvados del equipo con mayor tradición en el béisbol venezolano soñó su carrera, no como lanzador de Grandes Ligas, sino en los tabloncillos del baloncesto, donde su hermano llegó a jugar con Trotamundos. En esas vueltas del destino, lo descubrió el scout Wolfgang Ramos en su natal La Guaira y lo presentó al recordado Andrés Reiner, quien lo incluyó en esa notable camada de prospectos que conformó la academia pionera del país con el apoyo de los Astros de Houston.

“Bob Abreu, Melvin Mora, Richard Hidalgo, Raúl Chávez y Roberto Petagine estuvieron conmigo en ese grupito de la academia, la primera de Venezuela” recuerda el expitcher. Su tono es de nostalgia y orgullo a la vez. El convenio entre la organización estadounidense y el conjunto turco determinó su futuro, tanto profesional, como personal. En Carabobo, con los Navegantes, debutó en 1992. Henríquez tuvo pasantías durante tres zafras en la gran carpa con Astros, Marlins y Tigers, pero el recuerdo colectivo lo ubica en la pelota rentada.

Con Magallanes actuó en nueve temporadas de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional (LVBP), conquistó cuatro títulos y hasta la temporada pasada tuvo el récord de mayor cantidad de rescates en la historia de la franquicia, con 46, solo superado por el cubano Hassan Pena.

“Manacho” generó momentos de zozobra en la afición magallanera. Su rol siempre fue de esos que necesitan de absoluta precisión para lograr el éxito y aunque en ocasiones un sector del público prefiera recordarlo por sus errores, las infalibles estadísticas lo colocan como uno de los mejores relevistas de todos los tiempos en la liga.

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EL BÉISBOL COMO ESTILO DE VIDA

“Navegantes del Magallanes fue lo máximo en mi vida. Gracias a ese equipo formé una familia porque en Carabobo conocí a mi esposa y tuvimos a nuestros hijos” admite el hombre, que pasó de lanzar potentes rectas encima de una lomita, a presentarse con una tarjeta de agente aduanero, un negocio conocido para él por los más de 25 años en los que su padre trabajó en el Ministerio de Hacienda.

Uno de los episodios más recordados para la fanaticada mientras vistió el uniforme eléctrico fue su participación en el cuarto juego de la serie final de la temporada 1996-1997 contra los eternos rivales Leones del Caracas. Sin outs y la pizarra a favor tres carreras por una, en el octavo inning recibió la responsabilidad del manager naviero, John Tamargo, de retirar a los últimos seis bateadores del compromiso, un escenario poco habitual para un cerrador. Henríquez despachó a todos los rivales en fila, con cuatro ponches, para colocar al Magallanes a solo una victoria del título, que en definitiva consiguió.

Fueron siete finales y cuatro campeonatos en los que el varguense tuvo más momentos protagónicos que antagónicos. Su papel le permitió ser reconocido en cada rincón del país donde había un seguidor bucanero. “Si algo caracteriza a este equipo es que tiene gente en todos lados”.

GRANDELIGA EN VENEZUELA

Los tiempos cambiaron. La cantidad de grandeligas que viene a jugar en el país es mínima en comparación al número de peloteros que actúa en el mejor béisbol del mundo. Pero para Oscar esto tiene una explicación: Las grandes sumas de dinero que paga Major League Baseball y sus consecuentes restricciones. “A finales de los 90 y comienzos del 2000 los beisbolistas nos moríamos por terminar rápido en Estados Unidos y venirnos para acá” recordó antes de comparar los escenarios.

Para él todo el alarmismo que se genera en torno a la inseguridad es un mal que se hace a la liga, debido a que los peloteros mientras están en acción con sus organizaciones tienen el resguardo permanente de escoltas. El problema para los profesionales de la pelota es reducido si se compara con la realidad del ciudadano común.

Cuando “Manacho” salió del Magallanes nada fue igual. Participó en otras tres temporadas con Tiburones y Cardenales hasta terminar su carrera con solo 32 años. “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”: Así resumió la sensación de no volver a colocarse el uniforme turco, el mismo sentimiento que muchos de los fanáticos tuvieron por largos años luego de su ausencia.

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