Con expectativas, la crítica literaria ha recibido la nueva novela del escritor José Napoleón Oropeza, titulada El Cielo Invertido en la cual hace una investigación sobre un caso religioso de mucha actualidad, en estos momentos en que se pretende convertir la mentira en verdad.

A través  de las páginas del libro José Napoleón Oropeza reelabora episodios existenciales de monseñor Montes de Oca, segundo obispo de Valencia y mártir por envidias e hipocresías  de quienes se empeñaron en destruirlo mediante viles calumnias.

En la novela, publicada por la editorial Baciyelmo, de la Universidad Católica Andrés Bello, Oropeza concluye la tetralogía que estructuró, a partir de Las Redes de Sempre, en 1976, para lo cual dedicó tres años con la finalidad de anudar formas ensayadas en otras novelas

La idea de escribir El Cielo Invertido  devino en obsesión, luego de la oportuna y milagrosa sugerencia formulada, a su persona, por el gran poeta Eugenio Montejo: “así como escribiste una novela en homenaje a Felipe Pirela, deberías escribir otra, que reivindique la memoria de ese gran hombre que fue y seguirá siendo  por siempre monseñor Salvador Montes de Oca”. “Sus palabras, asumidas como una sugerencia y, al mismo tiempo, como un compromiso sin demoras, se convirtieron en un gran acicate, en faro de luz, mi hijo Pavel Oropeza, quien ,antes de Montejo, ya me había hablado sobre el martirio de monseñor pues él escribió un ensayo sobre su vida y su martirio, cuando cursaba estudios en la Universidad de Carabobo; el presbítero Luis Manuel Díaz, quien, me suministró documentos sobre bre el caso Montes de Oca, sino que tras la entrega del valioso material expresó con sabias y contundentes palabras: Sobre el caso Montes de Oca se ha escrito mucho. Pero nadie ha dicho toda la verdad. Tú eres un novelista. Estás obligado a decir la verdad. La traición a Montes de Oca, que lo llevó a ser desterrado dos veces y, en consecuencia, a su trágica muerte en el exilio, desgraciadamente, fue causada por ciertos personeros de la misma Iglesia Católica”.

-Si tardé tres años -comenta el autor- en el proceso de madurar, registrar las ideas, de intuir imágenes en función de una posible estructura de la novela que me proponía escribir y en clasificar los documentos revisados en el proceso de concepción del libro, la escritura de la primera versión, sin embargo, me llevó sólo unos meses.

Sumido en un rapto, no salía de mi cuarto de trabajo sino, por uno o dos ratos, durante el día. Desde tempranas horas de la madrugada, hasta bien entrada la noche, permanecía absorto frente al computador cosiendo historias y, al mismo tiempo, sometido a un ensueño constante, a un diálogo vivo con Eduardo y con Salvador Montes de Oca: ante la mirada de Eugenio Montejo, la puerta desde la cual me hablaba, no terminaba de cerrarse. Debía esperar otro amanecer para tener la fuerza para abrir la puerta, amarrar las trenzas de los zapatos y salir a la calle, sin importar si fuese de noche o de día.

De pronto, la última novela de la tetralogía que yo había pensado que estaría centrada en los años de Eduardo, mi alter-ego, de su primera adolescencia en Valera, la hermosa ciudad de las siete colinas, sus estudios en los seminarios de Guanare y de Barquisimeto -obsesionado con la idea de aprender latín y filosofía en solo un año-terminó alternándose con su deseo de escribir la historia del martirio de Salvador Montes de Oca, toda vez que escuchó hablar de su trágica historia de labios de su amigo, el presbítero Alberto Gudiño, párroco de la Iglesia San Juan Bautista de aquella ciudad.

Lo que comenzó siendo una aventura emprendida -quizá para complacer los petitorios de Eugenio Montejo y de Pavel Oropeza- terminó siendo una maravillosa travesía en la cual se alternarán y fundirán tres historias:la  historia del apasionado seminarista Eduardo Montes, quien a sus catorce años de edad, soñaba con aprenderse todos los pretéritos y supinos de la lengua latina y, al mismo tiempo, desde que oyó hablar en Valera sobre Montes de Oca decidió, paralelamente, a sus estudios de latín, vivir parte de la vida del Obispo mártir, hoy Siervo de Dios;   la historia  del padre Ignacio Andueza, párroco en Carvajal y ex compañero de estudios de Salvador Montes de Oca en el Colegio Pío Latino de Roma y la del propio Salvador Montes de Oca, sujeto de sueños y de ensoñaciones del joven seminarista Eduardo Montes, quien se levantaba en altas horas de la madrugada y se dirigía a la capilla del Seminario, no a rezar, sino a dialogar en latín con Salvador Montes de Oca sobre la lectura de los temas arquetípicos de la lectura de los filósofos presocráticos y la creación de espejos para explicar los cuatro elementos de la naturaleza.

Las tres historias marchan paralelas, pero al final se anudan, desde diversas perspectivas y focos de atención para así, dar forma al tema arquetípico de la  traición: esa vileza humana que arrastra a  algunos seres malvados en un sentimiento de destruir al otro, ése a quien consideran su enemigo, sencillamente porque lo envidian. En su fuero interno y desquiciado, lo consideran un obstáculo a vencer para, supuestamente, alcanzar ellos la meta o gloria de la cual se creen merecedores.

La historia de Salvador Montes de Oca, es contada a veces por el padre Ignacio Andueza, quien fuera  expulsado de su parroquia luego de ser traicionado y vilipendiado por el padre Alberto Gudiño, quien no oculta su desprecio hacia Andueza, porque se siente superado por él. Andueza es escritor y Alberto, aunque deseaba serlo, era incapaz de redactar un telegrama: cada vez que necesitaba enviar uno encomendaba esa tarea a Eduardo, quien fue su monaguillo antes de ser seminarista.

Andueza, no solamente fue expulsado de su parroquia debido a las intrigas tejidas por Gudiño, sino que se lo condena a ser trashumante en su ejercicio sacerdotal. Pero él responde a las fechorías tejidas en su contra por personeros de la Iglesia Católica en la región, con  artículos periodísticos y escribiendo retazos de una posible novela sobre el tema del martirio de su dilecto amigo Salvador Montes de Oca, titulada Los caballos vencidos.

Eduardo, por su parte, desafía a los compañeros seminaristas que lo adversan hablando en latín durante todo el día. Pero, igualmente, enfrenta  a quienes, como el perverso José Peña y el padre Cirilo Negrete, lo acosan con sus pretensiones a ser atendidos sexualmente. El terminará sus días de seminarista,  no sólo traicionado por quienes lo acusan, injustamente, de ser homosexual, sino expulsado, en horas de la noche,  del Seminario Diocesano  de Barquisimeto.

A partir de las experiencias vitales de Eduardo, quien juega siempre a ser un aprendiz de novelista, en la mayoría de los textos narrativos más extensos escritos por José Napoleón Oropeza, el lector de El Cielo Invertido,   encontrará en esta novela una  propuesta fascinante creada por este   autor venezolano, quien ha cultivado, con gran acierto, diversos lenguajes y géneros literarios,  a lo largo de su dilatada experiencia como escritor. El lector será atrapado en las peripecias de un joven sumido en dos experiencias que definen su azarosa existencia: buscar a Dios entre las paredes de un Seminario y, al mismo, tiempo, dar forma a una “novela” inspirada en la vida y martirio de monseñor Salvador Montes de Oca, segundo obispo de Valencia, Venezuela.

Mediante la yuxtaposición y fundido de diversas voces y narradores que irán urdiendo ambas tramas, este nuevo texto narrativo de Oropeza somete al lector a una novedosa experiencia: ser partícipe de la elaboración de las narraciones que marchan, de manera paralela, hasta el logro de un solo universo: las elucubraciones existenciales y filosóficas de Eduardo, el seminarista, (quizá inherentes a la vida monástica)  y la búsqueda obsesiva de los datos e historias tejidas sobre la vida del obispo Montes de Oca. Parte del relato, a su vez, como señalamos, será estructurado por otros narradores, otras voces, incluidas: la del mártir, hasta lograr la configuración  de un texto de ambiguas y envolventes lecturas. Con gran acierto, tras el contrapunto de voces y de narradores,

José Napoleón Oropeza, a través de Eduardo, logra, finalmente, un texto poético, de acento plural en las múltiples significaciones semánticas que convierten a esta novela en un gran paradigma. Un texto verdaderamente deslumbrante.




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