María Luisa Ortiz es una institución en El Carabobeño. En los 53 años que trabajó en este medio de comunicación fue amiga de muchos y creó infinidad de recuerdos. Ella es, con total seguridad, la persona que tiene más conocimiento de la historia del diario y su gente.

María Luisa ingresó a El Carabobeño en el año 1964 y fue jubilada en el 2017. Como es de imaginar, le sobran las anécdotas sobre las ocurrencias de algunos de los trabajadores, incluyendo el director. De todos da muy buenas referencias.

Las anécdotas de María Luisa Ortiz

Al segundo jefe de redacción del diario, Néstor Hernández Martín, lo recuerda como una persona muy inteligente, a quien no le gustaba socializar mucho. «Prefería estar siempre en la oficina sin atender ninguna visita».

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Un día llegó un señor a buscarlo y ella lo anunció. Enseguida le respondió: «Pero qué le he dicho niña, yo no voy  a atender a ninguna persona”. Ella salió y le dijo al visitante: “Don Néstor está en una reunión con  unos ejecutivos y ni siquiera lo pude anunciar. Si quiere me da su teléfono para cuando él se desocupe”.

El hombre le comentó que solo iba a entregarle un par de zapatos que le había enviado uno de sus hermanos desde España. Le pidió entonces que esperara de nuevo y entró a la oficina. Hernández, al saber el motivo de la visita, lo mandó a pasar de inmediato. Así quedó en evidencia que no estaba en ninguna reunión importante, como ella había dicho.

De un martillazo

María Luisa también recuerda a Julio Ramírez, jefe de taller, quien conocía a perfección el manejo de la rotativa y se había ganado la confianza del director.

Un día estaba en la playa y los trabajadores de turno no podían arrancar la máquina, por lo que se corría el riesgo de que el periódico no se imprimiera. Lo mandaron a llamar lo que, al parecer, no fue de su agrado porque le estropearon el paseo. Llegó al periódico y de un solo martillazo hizo que la rotativa comenzara a funcionar.

 

Director y pregonero

De Miguel Isava dijo que fue el primer gerente general, que le dio impulso al periódico con nuevas publicidades, incluido el directorio médico que ofrecía a los galenos avisos a precios razonables.

Tenía tanto apego por el periódico que cuando veía que no se habían vendido los ejemplares esperados, se paraba en la puerta del diario y los ofrecía como si fuera un pregonero. Esto lo hacía generalmente cuando se sacaban ediciones extras, en la tarde.

Son muchas las anécdotas de Maria Luis Ortiz y poco el espacio. Pero ella pidió que no se dejara de nombrar a Doménico Imparato, quien por años se encargó de la distribución del diario en la región central. También a José Puerta, un uruguayo que por un buen tiempo llevó en su carro los ejemplares para Caracas. Salía de Valencia a las 2:00 de la mañana.

Ejemplo de humildad

Don Eladio Alemán Sucre recibió el Doctorado Honoris Causa, conferido por la Universidad de Carabobo, en 1983. Foto archivo El Carabobeño

También recordó la humildad que demostró don Eladio Alemán Sucre cuando recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Carabobo, en el año 1983. Según dijo, el director le confesó que no se sentía merecedor de esta distinción, porque consideraba que su aporte al desarrollo del estado no se había concretado en su totalidad, como eran sus deseos.

Blanquito del taller

Los procesos en los primeros tiempos de El Carabobeño eran complicados. Foto archivo El Carabobeño

Su memoria la llevó hasta el tiempo en que Luis Alberto Rosales, El Chino, trabaja en la sede de la Urdaneta fundiendo el plomo. Se ríe cuando recuerda que salía blanquito del taller.

Eran procesos complicados, que ameritaban un gran esfuerzo, pero que los trabajadores hacían con gran compromiso y abnegación.

Fueron esos los tiempos en los que El Carabobeño se afianzó como el principal medio de comunicación en el estado, símbolo de una región que avanzaba a pasos agigantados y que se vislumbraba como una de las primeras del país.

 

 

Los concursos

Foto El Carabobeño

Con emoción María Luisa habló de los concursos que se hicieron en el diario para aumentar la demanda. Eso fue en la década de los 70. Los lectores tenían que reunir cinco cupones, llenarlos y llevarlos al diario.

Fue todo un acontecimiento, pues mucha gente llevaba a diario los cupones en busca del sueño de ganarse un carro y hasta un apartamento.

A principios de los 90 se retomaron los concursos con el Pegue y Gane. Los lectores tenían que completar estas palabras con unas letras que se publicaban a diario. Cada fin de semana se rifaban mercados, galones de pintura y cosas por el estilo.

El premio principal fue un vehículo Chevette que se sorteó durante la transmisión de un programa de televisión en la Plaza de Toros de Valencia.




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