Yahaira Balabú llenaba un vaso de agua cuando escuchó un “Buenas…”. Salió de la cocina y fue hasta la entrada de su vivienda. Más de 30 hombres aguardaban, unos vestían de civil y otros con el uniforme del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales Y Criminalísticas (Cicpc), muchos llevaban pasamontañas.

Era 24 de junio de 2017. Las protestas en Carabobo estaban en un punto álgido y La Isabelica era nuevamente un bastión de lucha antigubernamental. Era por eso que cada vereda y callejuela era registrada, con violencia e intimidación, para encontrar caras culpables.

“¿Dónde están los guarimberos? ¿Dónde están las molotov?” Yahaira, sentada en el sofá del recibidor de su residencia, recuerda las preguntas de los funcionarios. Una casa humilde, que parecía aún en construcción,  y en la que habitan cerca de nueve personas, la cobijaba.

Es una fortuna, dice la mujer, que ese día estuviesen su marido, su nieto y ella. Porque si hubiesen estado sus nietos mayores, o sus hijos, quizás se los hubieran llevado detenidos, como a muchos otros.

El miedo se apoderaba de Yahaira, ya con su nieto pequeño en brazos. Eso no detuvo a los allanadores, quienes con violencia ingresaron a la propiedad. La hicieron a un lado e irrumpieron en la morada, sin orden judicial.

Cuarto por cuarto fueron revisando cada espacio de esta vivienda en la angosta vereda del sector ocho. No era solo el Cicpc, también estaba el Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro (Conas), la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin).

“No daban explicaciones. Ellos arremetieron con todo” Balabú resiente sus pertenencias perdidas. Para ella fue un robo, no un allanamiento. El botín: Los papeles de sus hijos, de la casa, una laptop, un teléfono inteligente, dos teléfonos normales, 100 mil bolívares destinados a  hacer mercado, y prendas de oro. Afortunadamente no se robaron su vida, pero dejaron un caos en el que quedó la casa que tanto esfuerzo le ha costado levantar.

Culpable por opositora

La lluvia cae con fuerza mientras Balabú se frota las manos y mira a la cámara con confianza. Está convencida que allanaron su casa porque es una opositora resteada. A cada protesta o manifestación que se convoca ella sale con su gorra tricolor y una enorme bandera que le pide a sus hijos que muestren.Con mucho cuidado la coloca en el espaldar del sofá y se recuesta en ella.

A pesar de que el tiempo ha transcurrido y las protestas han mermado, en las calles de la urbanización la presencia policial es permanente. Casi a diario pasan por las angostas caminerías, entre casa y casa, con la intención de encontrar más culpables. Registran las moradas y se llevan lo que pueden. Otras veces se escuchan las motos pasar por las avenidas y se les ve como observan con atención hacia ciertas viviendas. Es un acoso sistemático que obliga a estos ciudadanos a encerrarse en sus hogares.

La casa de Balabú no fue la única allanada. Sabe de amigas que vivieron el terror de un allanamiento y la detención de menores, por ser supuestos manifestantes.

Con una orden judicial era suficiente para que todo se llevara en paz, reafirmó Balabú. No tiene nada que ocultar, porque su casa no es una fábrica de terroristas, sino una casa humilde en donde la opinión predominante es que no quieren más a un Gobierno que les ha quitado mucho.

Sebin encubierto

Hay civiles en La Isabelíca que actúan como espías. Los vecinos descubrieron que son funcionarios encubiertos, que se hacen pasar por mendigos y van con bolsas de basura. Vigilan casas y algunos registran celulares a los transeúntes. Balabú recuerda que en el Paseo Las Industrias a muchas personas les quitaron sus teléfonos en busca de algo que ella desconoce.

Las secuelas son tremendas, dice la mujer, que se define como una persona pobre que vive gracias a lo que gana su marido. Sus hijos tuvieron que abandonar la escuela porque con los conflictos de calle era muy difícil que acudieran a sus respectivas aulas. Ahora quieren regresar, pero los planteles les piden el Carnet de la Patria, como requisito fundamental. La madre no permitirá eso.

Su nieto, un niño de unos tres años, ha sido llevado a psicólogos por unas repentinas crisis de ansiedad que le brotan mientras duerme, o ante ruidos estruendosos. Son las secuelas del allanamiento y de la violencia que sus ojos presenciaron. “Está irritable, a veces llora y otras está tranquilo”.

 

“Aquí no hay libertad, aquí nos sentimos agredidos por la policía diariamente y se evidencia en el temor. Ya la gente no quiere salir a protestar. Los heridos se ocultan y tratan de invisibilizarse”, relato Balabú..

Aunque el asedio que vivió pudo ser una razón para encerrarse en su hogar y no volver a las calles, sabe que hoy más que nunca debe continuar su lucha y llenarse de energías para marchar, protestar y mostrarle al Gobierno que, pase lo que pase, no se detendrá hasta ver su país libre.




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