Fabio Solano | solanofabio@hotmail.com

 

“Mañana a las 10 entregará V.S.I. el corazón del traidor
Girardot en la puerta mayor de la Santa Iglesia metropolitana donde impunemente
se halla colocado, al verdugo y acompañamiento que tengo dispuesto para
recibirlo y darle el destino que merece”. El oficio del 12 de agosto de 1814,
era dirigido al obispo de Caracas, Coll y Prat. Dos días después el padre Luis
tenía el documento aún en su mesa de trabajo, sin saber si su superior había
resuelto el problema. Todos en Caracas sabían que eso de traer el corazón del
granadino tendría consecuencias. El país estaba revuelto y tan pronto un
gobierno se instalaba en Caracas, cuando a los meses venía otro diferente. Todo
había sucedido justo el año anterior, cuando el general Bolívar dispuso las
honras del ahora famoso y problemático corazón del coronel Girardot.

El padre Luis, vicario del Coro (en realidad hombre de
confianza del obispo), sabía bien la historia de Atanasio Girardot, pues estuvo
en tiempos anteriores en Nueva Granada, según destino dispuesto por la Santa
Iglesia. El ahora héroe de los republicanos era de Antioquia, abogado por
estudios y militar por pasión. Muy joven, ya teniente, demostró su osadía en un
puente llamado Palacé. Ahí, con 75 soldados hizo frente a 700 realistas y les
ganó. Vaya que era valiente. En todas las batallas encabezaba el batallón bajo
su mando. Y eso fue lo que pasó en Bárbula donde, cuando ya había ganado la
batalla e iba a colocar su bandera, un tiro de fusil lo derribó. Era un hombre
valioso para el general Bolívar.

Eso lo entendía el padre Luis, pues a pesar de ser cura
sabía de lides militares. Pero a Bolívar se le ocurrió hacerle un homenaje de
libertador a Girardot y no contento con la proclama habitual y colocar su
nombre al batallón que había comandado, decidió que el corazón del caído debía
ser llevado a Caracas. El hombre del obispo recordaba: “Fue algo nunca visto.
Luego de sacarle el corazón, lo colocaron en una pequeña urna con ribetes
negros y dorados, y tardaron tres días en traerlo desde Valencia. Se detuvieron
en cada pueblo del camino a rendirle honores. Cuando llegaron a Antímano,
pararon. El general Bolívar se adelantó y al día siguiente una verdadera
procesión militar entraba a la capital, con la urna en una carreta tirada por
seis niños engalanados. Tres días en capilla ardiente y luego el sepelio
formal, con el obispo y el general a la cabeza. El 18 de octubre enterramos la
urna en la puerta de la Iglesia metropolitana”.

-¿Qué pasó después?, se preguntaba el propio padre. Nada
menos que el gobierno de los republicanos se vino abajo y Boves entró a
Caracas, con sus temibles huestes. Lo primero que hizo al ver al obispo, fue
reclamarle el corazón de Girardot. Ahí comenzó la cosa. Mi superior alegó
algunos puntos morales y le dio largas al asunto. Boves volvió a salir en
campaña pero dejó aquí a Juan Nepomuceno Quero, un oficial venezolano que se
las daba de más realista que los propios españoles. Él exigió formalmente el
corazón. Yo sé que el trofeo que pide Quero, ya no está donde estaba. La
verdad, apenas Bolívar salió con la expedición a oriente (organizada para
salvar a los caraqueños de la crueldad del asturiano), el obispo desenterró el
corazón. Justamente, preveía los problemas que después aparecieron. Así que
tomó la previsión: A mí me dijo que lo había sacado de la puerta de la iglesia
y lo enterró en la puerta del cementerio, en absoluto secreto. Pero nadie sabe
si eso es cierto.

En eso estaba el padre Luis, cuando a su despacho entró el
secretario del obispo. El jefe de la Iglesia en Caracas pedía el documento
original de Quero. El vicario del coro miró interrogante al sacerdote que
solicitaba el papel. Y éste le contestó: “Asunto resuelto. El realista se quedó
con las ganas de destruir el corazón de Girardot. El obispo le dijo que no
estaba en la puerta de la iglesia y que lo había hecho desaparecer. Me temo que
nunca se sabrá a dónde fue a parar”.




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