Dayrí Blanco | @DayriBlanco07

“Pum, pum, pum. ¡Al suelo!”, así recibe Mathías, de cinco años, a quien visita su apartamento. No es un juego. Es la realidad que vivió la tarde del lunes 15 de mayo cuando más de 80 detonaciones se escucharon en residencias Teresa de Palma Real, en Naguanagua. Una de ellas retumbó con fuerza en su cuarto. La bala impactó en el vidrio de la ventana, rozó el monitor de la computadora y terminó en el closet.

Al menos ocho apartamentos corrieron con la misma suerte, cuando más de 200 funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) y el Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc), ingresaron violentamente a la propiedad privada. “Decían que buscaban a un francotirador y armas de guerra”, relató una vecina.

Al menos ocho apartamentos recibieron impactos de bala en sus ventanas (Foto Dayrí Blanco)

Ese fue el argumento, la excusa para disparar sin control directamente a las ventanas de los apartamentos. En el piso cinco vive Mathías. Estaba resguardado en el cuarto de la mamá, que era el único lugar libre de gas lacrimógeno. Minutos antes del impacto de bala en el vidrio de su dormitorio su madre estaba sentada frente al monitor, veía declaraciones en vivo del gobernador de Miranda, Henrique Capriles. Se levantó de la silla y mientras caminaba en el pasillo entró la bala. “Pudo haberme dado en la cabeza”.

Mientras en esa torre de la residencia Teresa sus habitantes intentaban escapar de las balas, en el edificio de al lado un allanamiento improvisado, ilegal y violento se desarrollaba. Maritza Peña estaba sentada en la sala amamantando a su bebé de tres meses cuando escuchó los golpes en la puerta. Se asustó y no abrió. Una patada fue suficiente para desprenderla. Los funcionarios entraron, revisaron todo, dentro de las gavetas, debajo de la cama, en la nevera. Se fueron sin conseguir nada.

Lo mismo pasó en el apartamento de Ramón Ortiz. El sí abrió la puerta y tras la reja le pidió a los uniformados, con las caras tapadas con capuchas negras, la orden de allanamiento. “No hay orden, aquí no hay libertad, no hay democracia”, le gritaron. Optó por acceder y evitó que le dañaran la cerradura.

Marcela Pinto no estaba en su casa cuando su puerta fue violentada. A ella se le vio salir nerviosa la mañana de este jueves del edificio. Tiene noches sin dormir. Solo llora. “Fue horrible lo que vivimos”. Ella trabaja para una empresa pública y ese lunes regresaba de la oficina a la que no puede faltar o la tildan de “guarimbera”. Su mamá vive dentro del conjunto pero en otra torre. Ahí estaba su hijo mayor. Del menor, de 13 años, no sabía nada.

Puertas de varios apartamentos fueron derrumbadas (Foto Dayrí Blanco)

Cuando vio que llevaban varios detenidos, incluyendo personal de mantenimiento y personas de la tercera edad, pensó lo peor. “Me fui corriendo al apartamento. Los hombres armados estaban por todos lados y me preguntaban a dónde iba. Yo les respondía y seguía subiendo los pisos”. Al llegar vio la puerta en el piso, todo desordenado y se dio cuenta que le habían robado celulares y prendas. Para ella eso es lo de menos. El daño psicológico que padece es lo más importante. Su hijo logró llegar al apartamento de la abuela bien.

En la oficina del condominio también entraron los funcionarios. No solo rompieron los vidrios de la ventana y las cerraduras. Se llevaron servidores, videos de seguridad y 30 mil bolívares en efectivo que había en la caja chica. Ese día 17 personas fueron detenidas. Un grupo minoritario fue liberado tras cuatro horas. 

PERSECUCIÓN CONTINUADA

No todo terminó el lunes para los habitantes de las residencias Teresa en Palma Real. La tarde del miércoles, funcionarios del Cicpc volvieron. Muchos vecinos fueron llamados a declarar en la subdelegación Las Acacias. “Nos preguntan de todo. Sobre todo qué hacemos cuando comienzan las protestas en zonas cercanas”.

Un hombre de más de 60 años fue detenido el miércoles. Se lo llevaron a las 4:00 p.m. y liberaron  a la 1:00 a.m. “No entendemos por qué se lo llevaron”, dijo una vecina quien admitió no poder dormir en las noches. “En las madrugadas pasan camionetas negras y blancas a baja velocidad. A veces se quedan estacionadas varios minutos. Pasan a la 1:00 a.m., a las 3:00 a.m. y a cualquier hora de la madrugada”. Ella lo ve desde su ventana.

Mathías no deja de contarle a todos que una bala entró a su cuarto con su particular “pum, pum, pum. ¡Al suelo!”.

 




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